El problema está en ti y no en el sistema: la pandemia y el teletrabajo han liquidado del imaginario la oficina enrollada con neveras llenas, pero ahora se expanden iniciativas y talleres de autorrealización personal que en su esencia responsabilizan de la productividad, del rendimiento y del estrés al propio trabajador.
Cuando llegó la pandemia, Carlos estaba haciendo las prácticas curriculares en una empresa de cruceros a la que se aplicó un ERTE de reducción de jornada al 50%. El día que el director general de España comunicó la noticia por videoconferencia a todos los trabajadores, hizo saber que «para llevarlo mejor» y afrontar la situación «desde otra perspectiva porque la gente lo estaba pasando muy mal», la empresa iba a ofrecer formaciones «enriquecedoras» para su nuevo horizonte laboral. Las buenas intenciones de aquel anuncio se quedaron en dos sesiones de dos horas con una exdirectora de Recursos Humanos de Carrefour reconvertida en coach donde explicaba «las partes del cerebro límbico más relacionadas con las emociones» y apelaba a la esencia del libro Inteligencia Emocional, el superventas de Daniel Goleman que cumple ahora 25 años. «Nos recalcó que si pensábamos en positivo esto podía determinar los resultados que obtuviésemos». Mientras la empresa de Carlos urgía a sus trabajadores a autopsicoanalizarse para averiguar cómo poder rendir mejor mientras el mundo se paraba por una alarma sanitaria global, ni la carga de trabajo ni las condiciones laborales de los trabajadores, y mucho menos el sueldo, «mejoraron en nada» por pensar en positivo.
«Ahora pago más del 50% de luz de lo que pagaba, nadie me ha subido el sueldo y solo nos ofrecen o merchandising corporativo o reuniones de Zoom bajo el lema ‘It’s good to talk». Raquel trabaja en Irlanda en una de esas empresas que, antes de la pandemia, ofrecían clases de meditación y yoga gratuitas para empleados, de esas a las que «nadie nunca podía ir en realidad» por el horario en el que se ofrecían y porque el nivel de trabajo que asumían normalmente les impedía escaparse en leggings a estirar y despejarse. También tenía cenas gratis si cumplía con el KPI, un indicador clave del rendimiento del empleado. Con la llegada del coronavirus, Raquel, que trabaja en el departamento de Atención al Cliente para el mercado español y de Latinoamérica, pasó a trabajar desde casa y perdió todos aquellos benefits que tenía en la vida de oficina. «No se ha ingresado ni una libra extra. Las charlas que ofrecen nos pueden venir bien porque trabajamos en una ciudad muy depresiva y ya ni tenemos aquella vidilla de vernos unos a otros en el trabajo, ¿pero mejorar las condiciones? Eso nunca se ha planteado».
Jordi no bajó el ritmo laboral en pandemia y en su correo recibe habitualmente invitaciones a charlas motivacionales que baja el título La sorprendente conexión entre el cerebro, la mente y el bienestar prometen «desplegar el potencial humano en momentos de desafío, incertidumbre y cambio». Empleado en una de esas consultoras que han sido criticadas por quemar a sus empleados por sus jornadas maratonianas de más de 80 semanales bajo la dictadura de la eficiencia, en la empresa de Jordi, además de esas charlas motivacionales para vislumbrar las crisis como oportunidades de mayor rendimiento, los trabajadores tienen a su disposición un servicio de apoyo psicológico, un programa de mindfulness de varios niveles o clases de yoga online. Como Raquel, y como suele pasar en la mayoría de casos, Jordi nunca los ha utilizado. Como a Raquel o a Carlos, a Jordi tampoco le han mejorado sus condiciones laborales básicas.
Vive para trabajar, pero meditando
Dime cuántas actividades gratuitas de bienestar personal y mental pone a tu disposición tu empresa y te diré el nivel de estrés perpetuo con el que te suelen asfixiar. La pandemia y el teletrabajo han logrado borrar de nuestro imaginario a aquella estampa de oficina enrollada repleta de chucherías distractoras que importamos de Silicon Valley, pero en contrapartida ha instaurado una neocultura de bienestar emocional corporativo que, como explica Thom James Carter en Los programas de mindfulness corporativo son abominables se ha convertido en «una nueva cortina de humo para que, una vez más, las empresas del tardocapitalismo hagan lo que hacen mejor: poner sus beneficios por encima de las personas». De aquellas oficinas diáfanas tipo loft, las de las neveras llenas de refrescos y cervezas, las de sitios de trabajo sin determinar, las de máquinas de café rebosantes a todas horas que animaban subliminalmente a trabajar sin parar –para qué vas a ir a casa si en la oficina te ponen hasta sofás para echar una cabezadita o descansar– hemos pasado a una nueva cultura empresarial en la que las compañías se congratulan de ofrecer respuestas a la epidemia de ansiedad y estrés laboral aplicando supuestos métodos revolucionarios de bienestar emocional. “Sentarte durante una presentación de mindfulness y meditación, cuando tu bandeja de correo electrónico está a rebosar y ya hay una cantidad indecente de trabajo por hacer, puede sentirse hasta insultante», apunta Carter sobre este boom corporativo cuya estrategia es la de encajar y acomodar el bienestar emocional en la lógica empresarial. «Esa apropiación de lenguaje que mezcla superación personal y autorrealización, esa fórmula que justifica la apropiación del mindfulness y la meditación en la lógica capitalista es el nuevo truco corporativo: conseguir más dinero siempre fue la intención principal», sentencia en su ensayo.
En España, el mindfulness corporativo en las grandes compañías es una realidad. Según informa el Observatorio de Recursos Humanos (ORH), el 64% de las 102 compañías certificadas como Top Employers España ya cuenta con iniciativas en la materia como talleres de formación en mindfulness, espacios de silencio para la meditación o la práctica de la alimentación consciente. En el abanico de actividades destacan las pausas para «aliviar el estrés durante el horario laboral» (implantadas ya por el 62% de las compañías Top Employers España), las clases de yoga (55%) o los programas de desarrollo personal y autoconciencia (52%). Esos programas supuestamente introspectivos responden a talleres con títulos como «Presencia, dirección y comunicación: el líder sano» –un taller que, por ejemplo, recibieron 120 managers de Allianz Seguros en 2018–, charlas que en realidad son narrativas que convierten en fórmulas mercantilizables los recursos asociados al bienestar emocional.
¿Por qué las empresas se acogen con tanto entusiasmo al mindfulness corporativo? ¿Qué les mueve realmente? «La pandemia nos ha enseñado que no solo tiene valor mantenerse sano, sino que cuidar el bienestar de los empleados es productivo y rentable», aseguraba la consultora Mercer en un informe reciente: el bienestar emocional de los empleados es la nueva nevera llena de fruta de la oficina prepandémica. El mindfulness y la meditación se han convertido en los activos más provechosos con los que mercadear para conseguir un mayor rendimiento de sus trabajadores.
«Desde que implantamos estos programas ha mejorado nuestra productividad», decían desde el BBVA defendiendo su estrategia a Cinco Días. El pensamiento corporativo abraza estos recursos ‘saludables’ para el empleado por una única motivación: conseguir que sus resultados mejoren y así se optimicen los de la propia empresa. Los estudios lo prueban, tal y como recoge la investigación de Carter, se han publicado 813 investigaciones entre 1965 y 2005 que hablan sobre el uso terapéutico de la meditación (más de la mitad se hicieron después de 1994) sobre el cuerpo humano. Un nuevo paradigma que ha explotado en las grandes empresas de todo el planeta, sumándose a la mística de la cultura de la hipereficiencia laboral de Silicon Valley, esa que ha hecho del hackeo del cuerpo humano (el biohacking apuesta por convertir a nuestro organismo en una supermáquina optimizada) y del espiritualismo corporativo un matrimonio muy bien avenido para conseguir el triunfo empresarial.
Análizate: el problema está en ti y no en el sistema
Hace un cuarto de siglo se publicó Inteligencia emocional, el tomo seminal de esta cultura que urge a la autorrealización personal a toda costa y que redactó el psicólogo por Harvard y redactor científico de The New York Times Daniel Goleman. En su investigación, que nutre buena parte de los discursos de mindfulness de todas las grandes empresas y sus seminarios sobre la felicidad, se sugería que el cociente intelectual puede importar menos que lo que se entiende como el carácter. Que para poder progresar socialmente, lo interesante era analizar nuestras emociones en todo momento. Que el autocontrol sobre nuestra propia conciencia nos podía llevar al éxito. Veinticinco años después, la revisión de la biblia de las emociones no parece haber envejecido bien. «La inteligencia emocional es una doctrina de autoayuda profundamente en deuda con la ideología moralizante del neoliberalismo», escribía la académica Merve Emre recientemente en Las políticas represivas de la inteligencia emocional en New Yorker. Emre criticaba en el texto cómo este baremo se ha convertido en el perfil competencial que muchas empresas utilizan y cómo aquella teoría ha supuesto reducirlo todo a aptitudes puramente individuales que no tienen en cuenta otros factores externos. «La inteligencia emocional no es una cualidad, ni siquiera un atributo, sino un régimen de moderación. Es una colección de prácticas —evaluación, retroalimentación, coaching, meditación— para monitorearse a sí mismo y a los demás, de una manera que une la promesa de la autorrealización total con los peligros de la privación social absoluta. A pesar de todas sus justas proclamas sobre lo que aflige al mundo moderno, sus objetivos son francamente conservadores», sentencia.
Junto a esa inteligencia emocional, el mindfulness y la meditación se han convertido en los bastiones de la nueva cultura de la felicidad y el bienestar empresarial. Una entelequia que también se ha heredado de la cultura auspiciada por los gurús tecnólogicos. A mediados de los setenta, Steve Jobs lo empezó a implantar en los cuarteles de Apple tras el viaje y la epifanía que vivió en un viaje a la India, del que volvió con la cabeza rapada y convertido en budista. Jobs decidió instaurar pausas de trabajo de 30 minutos para que él y otros empleados pudiesen meditar y propuso incluir habitaciones de meditación dentro de la compañía. En Google también se ha optó por una fórmula similar, con el histórico método de mindfulness de Cheng-Men Tan, el ingeniero y empleado número 107 de la compañía, conocido ya como el «oráculo» o el «brujo» de Google. El ingeniero es el responsable de haber instaurado una estrategia de mindfulness –el programa Search Inside Yourself de sesiones semanales o intensiva de dos días donde los empleados se sientan en un cojín a meditar para manejar mejor el estrés– que ahora se ha exportado a un instituto propio, el Search Inside Yourself Leadership Institute, un gigante que ya opera sobre 50 países y sobre decenas de miles de trabajadores.
«Cuando el mindfulness y la meditación se encajan en la lógica tardocapitalista no son las estructuras sobre las que se asientan las que tienen un problema: el problema se centra en ti”, escribe Carter a propósito de Search inside yourself (busca en tu interior), un lema que se ha convertido en una etiqueta paradigmática que viene a resumir la esencia de toda esta nueva cultura laboral: si estás quemado, tú eres el responsable de repensar qué haces mal con tu vida, buscar en ti mismo, y nunca analizar qué falla más allá de lo que tú puedes aportar.
Curiosamente, en estos programas de bienestar nunca se cuestionan esas «jornadas de 87 horas semanales, la falta de personal, los plazos de entrega inalcanzables, una rotación de plantilla exagerada o la ausencia de apoyo para hacer frente al teletrabajo» –las quejas que han hecho públicas esta misma semana unos auditores de segundo año de EY en su sede de Barcelona–. En esos talleres la respuesta para mejorar solo la encontrarás en ti mismo, nunca en el sistema que perpetua esa sobrecarga y jornadas extenuantes. Pagar un salario acorde a lo trabajado, tener un horario razonable o cumplir con las vacaciones estipuladas podrían solucionar ese manejo del estrés y ansiedad por el trabajo, pero para qué planteárselo si a los empleados se les inocula la creencia de que son solo ellos, equivocándose por no reprimir sus emociones adecuadamente y sin saber controlar el momento presente, los únicos que lo están haciendo mal.
*Los nombres de trabajadores utilizados en este reportaje son ficticios para salvaguardar la intimidad de los protagonistas que han participado en él.
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