📌#CULTURA
Marco Aquiáhuatl Rivera
Medir la utilidad de las humanidades (Historia, Filosofía o Literatura) en los términos de la utilidad burguesa (de cuánta ganancia en dinero se obtienen a partir de ellas) es restarle lo esencial, porque, paradójicamente, en la hostilidad que tiene el capitalismo ante estas disciplinas se demuestra de forma palmaria su necesidad; no significa que todo lo que abrace o fomente este modo de producción sea aborrecible o en contra la humanidad, es más, el impulso de las ciencias exactas más importante fue bajo la influencia de la revolución industrial, punta de lanza de la gran industria, característica de este sistema económico.
Debemos pensar, más bien, que las razones de esta incompatibilidad se hallan precisamente por los tiempos menos progresistas de este sistema. El repudio hacia las humanidades no fue siempre el mismo, es más, en el punto más álgido de la lucha por poder político en Europa, la burguesía –cuando no era aún la clase dominante que es hoy- se sirvió de ella, al propulsarla como la contra-argumentación de los sistemas filosóficos previos, dicho en otras palabras, la nueva cosmovisión que dotaba de razones por las cuales la burguesía debía gobernar el mundo fue formulada desde las humanidades.
Luego, la situación cambió drásticamente; las consideraciones que le dieron su edad de oro a la Filosofía desaparecieron; se priorizó el papel de la utilidad práctica en el corto plazo y bajo ese criterio las ciencias naturales se postularon como el método válido para pensar. Todos aquellos razonamientos que no redunden en mejorar el proceso económico de la sociedad fueron desterrados por el desprecio y su tergiversación, a tal grado que hoy, el aparente argumento esencial para desprestigiar a la Filosofía es que no es una ciencia y que es, por si fuera poco, polémica, o que nunca llega a acuerdos; que habla de todo y nada a la vez. Lo cierto es que para comprender la Filosofía el pensamiento abstracto no puede ser, de ninguna forma, inferior al modo de razonar de las otras ciencias (de las matemáticas, por ejemplo); en la abstracción filosófica se demanda una capacidad reflexiva alta: el ejemplo es que los grandes creadores de los sistemas filosóficos de Occidente -por ejemplo, Aristóteles o Descartes- no permanecieron ajenos al desarrollo de los avances de las otras ciencias, pero sus cuestionamientos superaron los alcances de cada una de las ciencias particulares, sus planteamientos eran más abarcadores.
En estos días, aspirar a un conocimiento más universal es ir, en primer lugar, contra la parcialización excesiva en la que ha caído nuestro sistema educativo, hecho a imagen y semejanza de las necesidades de la descomunal división del trabajo. En segundo lugar, a que el sistema capitalista ha generado, inexorablemente, una aversión al pensamiento complejo. Nuestra sociedad, gracias a los prodigiosos avances de la tecnología aplicados a la vida cotidiana, ha simplificado la forma de vivir en la cotidianeidad, agregado a que en el proceso productivo siempre apunta a lo monótono, no exige expandir demasiado las miras de los trabajadores para desempeñarse de forma óptima. Los requerimientos, desde el punto de vista abstracto, para ocuparse en el capital, en sus rubros operativos (que son los más amplios), son mínimos; la clase dominante, pues, no tiene necesidad de impulsar el pensamiento abstracto, no por lo menos en forma masiva. Para el filósofo francés Pascal Bruckner, ésta es la razón de la simplificación global en el pensamiento: una clase dominante sin aspiraciones intelectuales profundas (por innecesarias), aplaude la relativización en todas las formas de pensar, sino fuese así su hegemonía correría peligro.
Los medios de comunicación, ahora en su formato en redes sociales, demuestran lo arriba expuesto; la sociedad no exige la verdad, o la coherencia de la información recibida, sino su grado de aceptación o de qué tanto se habla al respecto (trending topic) de forma masiva. De este modo, la calumnia puede ser convertida en verdad, si se ha impulsado, hasta el hartazgo, su viralidad, su constante repetición; y quienes quieran hacer verdad algo que no lo es, sólo necesitan tener los recursos económicos necesarios para pagar a los medios de comunicación (siempre comprometidos con los compradores de espacios y no con la verdad) su publicidad. El éxito está garantizado si el público receptor no está acostumbrado a tomar de forma crítica lo publicitado. Ésta es, entre otras, una de las razones de que la campaña política sea más mediática al estilo de la mercadotecnia que de las propuestas reales a los electores.
Así pues, fomentar el destierro de formas de pensar complejas es igual a estar cultivando el desprecio hacia la verdad y, con ello, hacia la vida. En los años treinta del siglo pasado, un fascista español le gritó al rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno: “¡Muerte a la inteligencia!”, y todos los hombres de cultura, poetas, artistas, escritores, hicieron un frente para oponerse a esa aberración, comenzando, primero, con una campaña de difusión de la cultura, porque creyeron que esa cruzada de masificar lo excelso de la cultura era alimentar la inteligencia, no restringiéndola. Los hombres cultos de ahora, ¿tienen que esperar a que lleguen las dictaduras que agredan abiertamente la razón para accionar y cerrar filas con el pueblo para enseñarlo a pensar?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario