El Día de Muertos se ha vuelto una fiesta representativa del pueblo mexicano, una tradición que mantiene vivo el homenaje a la muerte para recordar, “traer de vuelta al corazón” etimológicamente, la vida y las acciones de aquellos que fallecieron.
Muchos se refieren a la mezcla de la creencias europeas e indígenas bajo el término sincretismo, sin embargo, los historiadores Alfredo López Austin y Sergio Ángel Vázquez, ambos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y especializados en la cosmovisión de los pueblos prehispánicos, concuerdan en que se trata más bien de una tradición cultural.
Todas las costumbres que existen hoy en día entorno a esta fiesta, que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2008, se establecieron a través de un largo proceso de transformación.
Ángel Vázquez explicó que la tradición cultural entorno al Día de Muertos implica que la cultura nahua no tiene rupturas ni permanencias, sino que se mantuvo en constante transformación durante el periodo colonial, es decir, "cuando irrumpe la llegada de los españoles con su propio bagaje cultural y se mezcla con el de los indígenas. La tradición cultural implica transformación siempre”, especificó el historiador.
Vivir o existir: la mezcla de una celebración
La idea de la muerte hacía referencia por el lado de los europeos a la vida eterna y por el lado de los nahuas a una “vida transitoria en la que el individuo disolvía su individualidad”, dijo López Austin.
Los católicos creen que, cuando alguien muere, el alma se separa del cuerpo y tiene lugar lo que se conoce como juicio particular. En él, Dios juzga a quien se presenta ante él para decidir si su alma va cielo, al infierno o al purgatorio dependiendo de sus acciones en vida.
Los nahuas concebían la idea de que tanto hombres como dioses compartían la misma esencia divina, pero la sustancia dura que materializaba al pueblo era lo que los hacía mortales. Las tres entidades que animaban el cuerpo, propuestas por López Austin, eran el tonalli - relacionado con lo calórico y la fuerza- , el ihiyotl -ligado a las pasiones- sin estas dos era posible vivir y la teyolía que se encontraba en todo el cuerpo, pero se concentraba sobre todo en el corazón y ain ella las personas morían.
La teyolía viajaba al Mictlán o “lugar de los muertos”, uno de los varios lugares a los que los nahuas iban al morir para servir a sus dioses. Ahí atravesaba nueve niveles en los que se desprendía de sus pesares y al final se encontraba con el dios de los muertos, Mictlantecuhtli.
De acuerdo con Ángeles Chávez una vez que la teyolía ha pasado por los nueve niveles del Mictlán para convertirse en una entidad divina completa, estaba lista para volver al Tlalocan, lugar donde espera a ser depositada nuevamente en un cuerpo material. Esta idea de resurrección era contraria a las religiones católicas donde sólo Jesucristo había podido regresar de la muerte.
La marcada diferencia entre lo que se concebía como vivir y existir separó las prácticas de cada cultura. La vida y la muerte en los nahuas eran parte del proceso por el que pasaban los seres humanos. Esto quiere decir que dejar de vivir no significaba dejar de existir.
La creencia del regreso al mundo terrenal
Tras la conquista, los cultos a la muerte en sus versiones paganas, es decir, en aquellas formas alejadas a las de la religión católica, fueron prohibidas por los frailes. Sin embargo, eso no impidió que los elementos de rituales mortuorios nahuas se fundieran con algunas características de las festividades religiosas europeas.
Una de las ideas más controversiales del Día de Muertos son los destinatarios de la conmemoración del 1 y 2 de noviembre. En el catolicismo el día primero se celebra a Todos los Santos, es decir, a todos aquellos considerados como tales por la iglesia. El día siguiente, conocido como el de los Fieles Difuntos, es una fecha en la que se debe orar por las almas que se encuentran en el purgatorio.
De acuerdo con los preceptos católicos, el purgatorio es un estado del alma en el que la persona debe purgar sus penas, una de las dos consecuencias del pecado. La otra de ellas es la culpa que “se absuelve por medio del sacramento de la confesión, aunado al arrepentimiento de cada persona; sin embargo, en el alma queda una especie de rastro o mancha a la que se le llama pena y sólo se puede satisfacer en el purgatorio” explicó el filósofo de la Universidad Panamericana, Oswaldo Gallo Serratos, quien también es creyente católico.
El Día de Los Fieles Difuntos, 2 de noviembre, desde la religión católica es una fecha para orar por las almas en pena, mismas que se mantienen en ese estado hasta que hayan pagado por sus pecados. Por esa misma razón, desde el catolicismo la idea del regreso de los muertos no está concebida como tal, incluso en el Evangelio de San Lucas 16:19-31 se habla de un abismo que separa a los vivos de los muertos e impide que estos se encuentren.
Sin embargo, en México existe la creencia de que en esos días los difuntos vuelven al mundo de los vivos. Primero llegan los niños y al día siguiente, todos los demás muertos. Esto viene desde las culturas prehispánicas.
En los pueblos mesoamericanos existían días para honrar a los muertos. Curiosamente, las culturas prehispánicas tenían fechas para esta celebración que coincidían con las de los europeos. De acuerdo con el texto “Días de Muertos en el mundo náhuatl prehispánico” escrito por el historiador Patrick Johansson, estas dos fiestas eran el Miccaühuitontli “Fiesta de los muertos pequeños” y Huey Miccaühuitl “Fiesta de los muertos grandes”.
“La fiesta cristiana de muertos, en su modalidad nativa, no se dividió en fiesta de Todos los santos y fiesta de los Fieles difuntos sino en fiesta de los muertos pequeños el día primero, y fiesta de los grandes, el día 2 de noviembre.”, explica Johansson.
La asimilación obligatoria de las costumbres católicas generó una transformación en las celebraciones nahuas. El resultado fue una celebración híbrida que mantiene los días del calendario católico con el trasfondo prehispánico. En estos días, se realizan rituales mortuorios para cuando las entidades divinas obtienen el “permiso” de volver a visitar el mundo terrenal.
A pesar de que las prácticas católicas se impusieron, muchos elementos de las costumbres prehispánicas permanecen hasta nuestros días. Entre ellas, Johansson explica que los altares que se ponen en Día de Muertos tienen el objetivo de “retro-alimentar su presencia inasible en un festín de cromáticos bálsamos, esencias sonoras, aromáticas viandas y fragancias embriagadoras que les pro-ponen los vivos”.
Las ofrendas son parte representativa de la celebración mexicana y es un elemento prehispánico para dar bienvenida a los difuntos. La idea de que los hombres tienen una esencia también aplicaba para las cosas. Por eso al poner los platillos, bebidas, dulces y menesteres más apreciados por los muertos se espera que al lleguen a disfrutar de ellos llevándose su esencia.
Desde la visión católica estás prácticas son parte de una visión folklórica de la muerte, una especie de “pretexto para rezar por los muertos”, explicó Gallo Serratos. Desde ese punto de vista, si los creyentes ofrendan algo es el recuerdo de sus difuntos.
El Día de Muertos une dos cosmovisiones muy distintas pero destacan sobre todo los elementos prehispánicos que servían para honrar a los difuntos. El homenaje a los muertos, desde los nahuas, tiene su génesis en la convicción de que Quetzalcóatl, “la serpiente emplumada”, forjaba a los hombres a partir de los huesos que Mictlantecuhtli, “señor del lugar de los muertos”, tenía en el inframundo. A partir de ellos y de los teyolía que estaban listos para resurgir creaba a los seres humanos que debemos honrar a nuestros antepasados, pues estamos hechos de ellos.
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